FRANCISCO
DE JESÚS NAVARRO FONSECA
(Colombia)
LA
GENERACIÓN DEL RAYO
Todos no somos arrieros que en el
camino andamos, algunos somos cosmonautas que en las nubes volamos, y otros
somos niños que todo lo imaginamos. Electo, era uno de ellos. Su abuelo
trabajó durante toda su vida en la planta eléctrica, la primera de esta ciudad,
cuando aun era un villorrio. Él era celador, aseador, asistente técnico,
cobrador y amante incondicional de la maravilla tecnológica; conocía hasta sus
caprichos de plantamujercoqueta, los cuales sabía manejar con sabiduría,
en beneficio de todos los usuarios del servicio. Sin embargo, falló una vez,
cumpliendo con una premonición del primer profeta de Creamia. Ocurrió
una noche, mientras los habitantes del caserío dormían arrullados bajo la
musicalidad de la lluvia. De repente, un rayo surcó el cielo limpio,
describiendo una recta vertical; fue y se incrustó en las entrañas de la
máquina eléctrica.
Al amanecer,
algunos amigos del viejo, quienes acostumbraban visitarlo todas las mañanas y
despertarlo con el aroma de un trago de ron blanco, lo encontraron abrazado
eternamente a su compañera.
Ella
enmudeció como respondiendo a un conjuro Chimila. Electo continuó
visitándola todas las tardes en su cueva de retiro. La habían marginado y desplazado
por otra planta más moderna, con mayor potencia, la cual alejaron de su
antecesora, supuestamente temiéndole a un nido de rayos instalado en alguna
parte del caballete de la vieja casona.
En las
tardes, siempre ociosas, a la salida de la escuela, íbamos con Electo a jugar
con aquella gigantesca mole de hierro, multiplicándose en nuestras retinas
infantiles.
A punta de
imaginación poníamos a funcionar aquel animal muerto, destartalado y abandonado
a la suerte de hacer realidad un montón de chatarra. Veíamos cómo al accionar
una palanca oculta en nuestros cerebros, o tal vez en nuestros corazones, se
encendían todas las bombillas del recinto.
El
crecimiento físico de Electo, crecía paralelo con el crecimiento afectivo hacia
la máquina. Fueron tantos los cariños acumulados a lo largo de su vida, que sus
acciones estaban siempre cargadas con la energía positiva de la que
constantemente le hablaba su abuelo cuando las cosas no le querían salir bien,
era la misma energía que utilizaba para prender la planta y realizar sus otros
actos cotidianos. Esa actitud frente a los retos lo impulsó un día a abandonar
el pueblo en busca de conocimientos acerca del mundo de los motores. Tenía una
obsesión.
No se sabe
cuántas lunas pasaron después de su partida. Una tarde, Electo, se presentó al
pueblo acompañado de otro mecánico, quien no cabía por el portón del patio que
daba al depósito donde se encontraba arrumada lo que quedaba de la antigua
planta del abuelo. En una caja metálica que semejaba un baúl, trajeron lo indispensable
para armar y arreglar la maquinaria más sofisticada del momento. Desde esa
misma noche, y durante días y madrugadas se escucharon los ruidos de taladros y
demás instrumentos eléctricos utilizados para darle vida a la que parecía desde
hace muchos años sepultada. Cesó todo indicio de trabajo. La obra de arte
estaba culminada. La planta lucía la vivificante energía de la juventud. Se
encontraba nuevamente nueva. Electo agarró la manivela, como cuando el
moribundo se aferra a la vida. Cogió impulso y logró sacarle un fuerte
chasquido. El sueño le dio paso a la realidad: en todo el pueblo se sintió el
potente palpitar de un monstruo eléctrico surgido de la espesura del olvido, el
mismo percibido el día que la prendieron por vez primera, comprobando su
potencia y capacidad de generar energía de sobra, suficiente para cubrir la
demanda de otros pueblos vecinos. Electo y su compañero de hazaña se abrazaron
como acróbatas danzarines, festejando de manera singular la proeza más grande
de sus vidas: resucitar a una muerta. Permanecieron varios días en la población
disfrutando de una fama merecida, pero que los tenía sin cuidado, sin embargo,
sentían que le habían cumplido al abuelo, y esa satisfacción era el mejor
premio a lo que parecía una utopía.
Cuando ya en el pueblo se habían olvidado de Electo y de su
compañero, una tarde, mientras el nuevo administrador alardeaba frente algunos
curiosos quienes merodeaban por el lugar, de ser un gran mecánico, capaz de
desarmar y armar aquella reliquia tecnológica, procedió a desarmarla, según él,
para practicarle una limpieza general, sin embargo, a sabiendas de que después
de haberla armado le sobraron algunas piezas, tuercas y tornillos, pudo más su
prepotencia que su razón, y se atrevió a encenderla, con el consabido
desenlace: la planta eléctrica no funcionó como de costumbre; fue tanto el
ímpetu con que puso a andar sus caballos de fuerza, que uno de ellos se zafó
del complejo engranaje de aquel sistema, escapándose por una de las ventanas de
la vieja casona.
Fue por esos días, cuando un niño llegó a su escuela con el
cuento del caballo que tenía los ojos encendidos; no se alimentaba como los
demás seres de su misma especie, éste se nutría de los restos de cables
eléctricos que habían dejado olvidados en un rincón de la vieja casona, y
relinchaba como cuando dos cables se unen y forman corto circuito. Ningún
adulto le creyó. El caso se cerró tras las cuatro paredes de la escuela, la
vida continuó con su monotonía habitual, no obstante sus compañeros se
volvieron fieles visitadores del lugar, con la secreta ilusión de poder ver
algún día aquel ser extraordinario. Seguramente se trasladó de este sitio, tal
vez debe estar escondido en los matorrales que están detrás de la casa de la
planta, -pero de que existe, existe -afirmaba con énfasis el niño
afortunado, siempre que sus colegas ponían cara de desilusionados al comprobar
la ausencia del caballo.
Tuvo que tocarle en suerte a un extranjero, y como
complemento adulto, para que los demás creyeran lo que sus ojos habían visto a
las afueras de la población, en una pequeña pradera. Un caballo gris de cola y
crin luminosas alcanzó a una yegua en celo penetrándola con un miembro similar
a un gran fusible, acto supremamente doloroso para la hembra, la cual jamás
soñó con una primera vez tan accidentada, pues su orquídea negra quedó
completamente chamuscada, no obstante, el placer compensó el dolor. El pueblo
se volcó todo hacia el lugar indicado por el forastero, pero el caballo había
desaparecido, sólo quedó la yegua que recordaba su efímero amor refrescando su
trasero en un humedal.
Cada ciudad tiene su historia sobre la manera como
crecieron: a la gran mayoría se les brotó y se les manchó la cara; se les
ancharon las caderas; se les acrecentaron los suspiros; se les cargaron los
senos; se les hincharon los pies y se les varicosearon las piernas; sufrieron
de antojos asombrosos y de nauseas apocalípticas. Pero esta ciudad creció
controvertiendo el orden natural; creció hacia dentro: la lengua se sopló como
un sapo, los riñones, los pulmones, el corazón, el hígado, las vísceras, los
ovarios, el páncreas y los parásitos crecieron tanto, que la ciudad tuvo que
reventar por la parte más débil: los valores y los principios éticos y morales.
La pequeña población se llenó de unos repugnantes
duendecillos portadores de unos virus y bacterias que producían en el organismo
de los nativos una especie de pasividad y temor frente a los problemas. Después
se presentaron unos gigantes con cara de buenos que les gustaba guardar en sus
profundos bolsillos todo lo que encontraban a su paso, con tan mala costumbre
no dejaron en los nativos siquiera el recuerdo de lo que les pertenecía.
Veinticinco años después de su liberación, hoy, en el centro
y en la periferia de esta gran cosmópolis, miles de caballos grises, de ojos,
crines y colas encendidos, corretean relinchando en corto circuito por las
calles de la ciudad, bajo el asombro ciudadano por la forma tan campante como
se engullen los semáforos, los teléfonos públicos, los cables de conducción eléctrica,
los cajeros electrónicos. Penetran en los apartamentos y casas, tragándose
todos los electrodomésticos que encuentran a su paso. En estos momentos han
entrado a la mía, y mientras varios potrancos se disputan en la sala, una
licuadora, una plancha y el radio que daba la noticia; en mi habitación, un
caballo viejo saborea el televisor a color que había comprado para verme el
mundial.
Acerca de...
FRANCISCO DE
JESÚS NAVARRO FONSECA, joven autor nacido en Mompox, Bolívar, en el
hermano país de COLOMBIA, nos hace partícipes selectos de su notable,
inesperada narrativa...
NAVARRO FONSECA,
presenta su cuento... de carácter mitológico-imaginativo, con elementos de
crítica social y política, escrito en lenguaje sencillo, pero simbólico... tan
sólo como una muestra de su notable talento narrativo. Bienvenido a nuestras
ediciones.
r Principal rLa Página de Carmen rComo Angel Rojo rAutores de Como Angel Rojo rVenta de libros rLink de interés