Paso ante la lápida esperando que
me oigas, más el cementerio está sordo y me es ajeno. No encuentro en él
rastros del aire que tenías o de los sueños que, al menos, dejaras.
En el aturdimiento
busco mezclarme entre mochilas multicolores, semáforos y pasos apresurados. -Te
siento fuera del sepulcro.
Cruzo frente a la iglesia. Las
campanas, cada vez más agudas, provocan que las lágrimas desanden, regresen
-más allá de la conciencia- al fondo de los remordimientos, a ése dolor hondo
que hace tomar el aire a bocanadas, mientras el viento hiela las orejas y
penetra resquicios del abrigo.
Si hace tan sólo
una semana tú y yo compartimos el sol aporreado en los pilares de la envejecida
casona y reñimos junto al grueso tronco del tamarindo.
-¿Me acompañas? Hoy el
laurel del campanario está muy verde y me quema el frío.
Nos presentaron
en otras circunstancias -recordarás- las de tu desparpajo ante la vida... ¡la
vida! Y fuimos amigos y hablamos de tu piel y las osadías de la naturaleza, de
las hazañas de las hormonas, de nuestras alegres justicias e injusticias
llorosas, de competencias y alianza, de chicos y de chicas, y fuimos amantes.
Quisiera poder
retroceder a las carretas y tinajas, a -¿recuerdas?- los primeros paseos en
bicicleta hasta los cenotes del barrio y querría también olvidar la ponzoña que
depositamos uno en el otro, hasta rugir como felinos acorralados, rabiosos que
roen la vivencia y desean su exterminio.
-¿Me
acompañas?- Paso ante camiones y pórticos. Circulan camisas a rayas, autos
azules, letreros que deliran. Divago por la gente con sombras tras la sombra de
las gafas, porque te dije que gente como tú no debiera existir, que era mejor
que murieras.
Hace ocho días
apenas, vestido de blanco, lejos de los pilares de la casona, miraste de reojo
y con tristeza nuestra marcha, y yo de verde, toda verde, temerosa, deseé
acabara la existencia. Tenías la misma convicción, así de grande el daño entre
nosotros. Sin pronosticarme tus acciones fuiste hasta la soga para hacer de tí
el cuerpo colgante que me trajeron como noticia unos labios.
-¿Me
acompañas?-
Duele. No podía saber. Es el tiempo de la ausencia.
Acerca de...
MELBA ALFARO GÓMEZ es, actualmente Vocal del Centro Yucateco de
Escritores, A.C. Presidente del CAIYAC. Integrante del Grupo Teatral Gestos
Olvidados, escribe para El Juglar, Diario del Sureste, Páginas y Navegaciones
Zur, diseñando y conduciendo desde 1997 el programa radiofónico Perfiles
Culturales, de FM Radio Solidaridad.
Nos complace
inmensamente que esta prestigiosa escritora habite nuestro espacio literario.
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