OSCAR JAVIER VELA DESCALZO

(Ecuador)

 

 

EL ÚLTIMO INSOMNIO

 

Resulta difícil escribir un relato, por breve que sea, de un hecho que uno no logra comprender. La distancia, el tiempo transcurrido, hicieron complicada esta pequeña historia. Llegué a conocer, brevemente, la historia de la niña que murió enferma en los brazos de su madre y, que pudo ser enterrada por el amor. Esta historia es real. La niña fue la hermana de mi abuelo, quien relata la historia. Él nunca quiso comentar sobre la guerra. Poco antes de morir en España, me contó del viaje a Barcelona, del frustrado intento por embarcarse hacia América. Nunca supe las razones que le impidieron hacer ese viaje. Lo demás es fantasía. Espero que él pueda algún día comprender este relato, ojalá se ajuste en algo a la cruel realidad que vivió en la guerra. Ahora él duerme tranquilo, no tendrá más insomnios...

 

Aquella noche era imposible conciliar el sueño, todavía sonaban en mis oídos los violentos cañonazos, los gritos desesperados, las balas de fusil segando vidas, las voces apagadas por el hambre, por el dolor, por la tristeza indescriptible de la muerte absurda de un hijo. La guerra era cruel, nos matábamos entre hermanos, entre miembros de una nación que se desangraba por el poder, por las ideas, por mentes perversas y ambiciosas que llevaban a España a suicidarse.

Los primeros meses de 1936 marcaban el inicio de los tiempos más duros de España, la coalición de izquierda regresaba al poder, no obstante, su división interna fortalecía nuevamente a los movimientos de derecha. La Generalitat volvía al gobierno, Cataluña celebraba todavía la victoria de las izquierdas, los Republicanos descuidaban el frente. Obscuros personajes a la sombra, planificaban la muerte de España. En julio viajé a Barcelona, esperaba encontrar un barco que me lleve a otro mundo, soñaba, como tantos jóvenes, en viajar hacia América, en salir de la Patria que nos robaba el futuro, que nos dejaba sin padres.

 

Nunca sabré porqué los designios de la vida frustraron mi huida, mi juventud había logrado un sitio en el ¨Victoria¨, mi destino, marinero camino al nuevo mundo. Estuve decidido a abandonar la Patria que me vio nacer. Mi familia había quedado atrás, mi madre y mis dos hermanas superaban solas la miseria en Madrid, me lloraban en silencio. Los libros de estudiante ya no serían abiertos, los juegos de niños eran un vago recuerdo de una vida feliz, la Patria nos quería hombres, y, hombres debíamos ser, aún niños.

El asesinato del líder Monárquico Calvo Sotelo retrasó la partida del ¨Victoria¨, el gobierno izquierdista se desgranaba, los acontecimientos repentinos me dejaron en el puerto. Días más tarde, la sublevación de Melilla hundió mis sueños de aventura en el Mediterráneo, el ¨Victoria¨ no salía, las fuerzas de la derecha dividieron al país, comenzaba la guerra civil, los hijos de España se destruían…

En pocos días las ciudades orientales y del norte se constituían en el bastión de los defensores de la República. Madrid resistía los primeros ataques de las tropas nacionales. Andalucía sucumbía al poder del joven general Franco. Los acontecimientos apresuraron mi regreso a Madrid, flanqueando el país por oriente, fui testigo de la creación de batallones de voluntarios, de la organización de milicias republicanas formadas básicamente por sindicatos laborales. La travesía, lo más alejada posible de las primeras batallas, me llevó a través de Castellón, Valencia, Cuenca y Aranjuez. Luego de varios días me encontré a las puertas de Madrid, para ese entonces cercada por los republicanos. El largo recorrido por las provincias inaccesibles para el Nacionalismo, me llenó el espíritu joven de ansias por defender la Patria. Me enlisté con los rojos en la milicia organizada en Getafe, no hubo tiempo para más, el ambiente republicano de Cataluña, y el periplo que acababa de realizar, me llevaron niño a empuñar un arma para defender la República.

Mi destino, como parte de los grupos armados de las izquierdas, me condujo a luchar en las trincheras del flanco occidental del Manzanares, defendíamos sin tregua la capital de España. Mi mayor preocupación era la familia, habían pasado al menos dos meses y no tenía señas de mi madre y mis hermanas. Las únicas noticias que recibíamos en el frente eran las de los avances nacionalistas, Cantabria iba a ser sometida en pocos días, Cáceres, Salamanca Avila y Segovia estaban ya, en manos de los insurgentes, Madrid se veía rodeada por el norte y por el occidente, más tarde el avance continuaría por el sur. Al final de 1937, Toledo era dominada por las tropas nacionalistas tras la llegada de Franco en auxilio de los sitiados en el Alcázar. El aislamiento de la capital tomaba forma.

La angustia crecía especialmente en la capital, el cerco impuesto a la ciudad nos iba matando poco a poco, varios días pasamos en las trincheras con un mendrugo de pan como alimento, en las noches sólo el miedo y los intimidantes sonidos de las balas nos acompañaban, confieso que algunas noches lloré en silencio, confieso que recé varias veces por mi vida, allí, metido en la madriguera con el viejo fusil soviético pensando en mi madre, cuántas veces me pregunté si estaría viva todavía, si esa noche tendrían algo para comer. El infierno de la guerra nos carcomía a cada uno de nosotros, a cada uno de los españoles.

 

Vuelvo a mirar el reloj, ha pasado tan solo una hora, ¡es que está noche no voy a dormir¡. Vuelven a mi mente la imágenes dantescas de la guerra, los amigos mutilados, la niña decapitada por la granada asesina en el Jarama, las noticias que llegaban de todo el país, España sucumbía, Franco reinaba, Madrid resistía. Los nacionalistas dividieron la zona republicana tras la entrada en Castellón, perdíamos terreno, perdíamos la guerra. El exilio republicano empezaba su retirada hacia Francia, Cataluña claudicaba, la batalla del Ebro dejaba setenta mil bajas en nuestro ya diezmado ejército. El final estaba cerca, las propuestas de paz llegaban a nuestros oídos, Franco planificaba la traición, Casado y Besteiro eran burlados, la Junta de Defensa veía asombrada la entrada triunfal nacionalista en Madrid. Fuimos derrotados por la insurgencia, por el hambre, por los alemanes e italianos, por el caudillo que odié hasta la muerte.

Varios días estuvimos escondidos en los escombros del sur de Madrid, llegué a pensar que lo peor había pasado, cuan lejos estaba la realidad de mi deseo, comenzaron las persecuciones, la tiranía gobernaba España, los socialistas morían ejecutados. En la Tribuna Presidencial del desfile de la Victoria, la derecha ensalzaba al General.

Con la calma aparente después de la guerra, logré llegar a la casa de mi madre, era un día de mayo de 1939, nadie habitaba allí, los vecinos me comentaron que habían dejado el piso un año atrás para volver a Valladolid, la tierra de mis padres, la miseria les obligó a buscar el pan a orillas del Pisuerga. Ese día partí en su búsqueda. A lo largo del país la cacería de los rebeldes de izquierda continuaba cada vez más cruda, cada vez más intensa. Las fosas comunes albergaban los casi trescientos mil muertos que dejó la guerra. Los vivos, mutilados de cuerpo y alma, empezaban a reconstruir las ciudades. Las pestes, de la mano con la miseria, se apoderaban de la Patria, los cadáveres eran incinerados uno sobre otro. Aún siento nauseas de recordar el efluvio de la carne enferma incinerada. ¡Cómo puedo dormir con ese olor¡.

 

En un humilde piso de la calle Santiago hallé a mi madre y a mis hermanas, fui un fantasma para ellas, nunca pensaron en volverme a ver vivo, nos abrazamos eternamente, lloramos. Al fin juntos otra vez, el niño que despidieron con el norte en otro mundo, era ahora un hombre, tres años de trincheras cambiaron mi semblante, cambiaron toda mi vida. Mi madre había envejecido, el hambre la redujo, mi hermana la pequeña estaba muy enferma desde hace varios meses, la tuberculosis le diezmaba cada día. Era imperante volver a Madrid.

Al día siguiente viajaríamos en tren con el único dinero que mi madre conservaba. Aquella noche le oí sollozar cubriéndose los labios con la ligera manta, la alegría de la resurrección del hijo, contrastaba con la tragedia que se cernía sobre la pequeña niña. Partimos con la luz del día, mi madre con la niña enferma en brazos, yo, con el escaso equipaje y la mano de mi hermana Emilia. El tren debía salir a las siete de la mañana, poco antes nos acomodamos en el suelo del estrecho coche en el que viajaban solamente la carga y una docena de personas que volvían a Madrid. Antes de partir fuimos objeto de una prolija revisión, las huestes de Franco buscaban rojos, ninguno de los pasajeros del coche parecía un militante de las izquierdas, todos éramos miserables ciudadanos de la España del caudillo. La pequeña volaba en fiebre, el final de la inocencia estaba cerca, los ojos de mi madre lo delataban. Yo sólo pensaba cómo burlar la inspección de salubridad al llegar a Madrid, la tuberculosis de la niña nos llevaría irremediablemente a algún hospital en cuarentena, la muerte nos la quitaría para siempre y su cuerpo inerte sería incinerado con tantos otros. Esa era la nueva España.

Antes de llegar a la estación, la pequeña falleció, mi madre imperturbable derramó unas lágrimas en silencio, arropó el cuerpo inerte de la criatura y pasamos la inspección como si la niña estuviese dormida. Mi madre pudo sonreír al soldado indicándole, con el índice en sus labios, el sueño de la niña, admirable proeza de una mujer que se moría por dentro. Ese gesto de amor fue quizá lo más hermoso que mi creadora me dejó en herencia. Esa tarde la enterramos a escondidas, pudimos llorar a su cuerpo inerte, pudimos rezar en el silencio del campo. Ese fue el gesto heroico de mi madre. ¿Cómo podía conciliar el sueño estos años?

 

Hoy, acaba de morir el Caudillo. Otra vez intentan venir a mi mente todos los años de sufrimiento, todos los años de guerra, mi corta vida de soldado en una trinchera. Creo que desde mañana dormiré tranquilo, parece que éste, será mi último insomnio. Sólo puedo pensar en el caudillo, no sé en dónde está, pero jamás podrá mirarle a los ojos a mi hermana.

 

Hoy ha muerto Franco, hoy renace mi España, empiezo a tener sueño….

 

Acerca de...

OSCAR JAVIER VELA DESCALZO, joven autor nacido en Quito, ECUADOR.

Hijo de padre ecuatoriano y madre española, abogado de profesión, escritor por afición y por ancestro, pertenezco a una familia notablemente influenciada por la Literatura, ya que cuenta con varios ilustres escritores- nos cuenta él mismo.

Abordemos ahora, la personal forma desplegada por VELA DESCALZO, para hacernos sentir hondamente la historia por su intenso relato.

 

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