(México)
Enrolló la
estera que le había servido de cama, y la colocó junto al azadón. Las rendijas
ya dejaban pasar láminas de claridad. Su vista estuvo quieta unos segundos en
la imagen de la virgen, después bajó hasta el número veintiocho del almanaque.
Sí, hoy es la víspera, dijo en voz baja, y ni modo de arrancarle la hoja al
calendario para que cuando la muerte llegue no encuentre el día señalado.
Con la astilla de pino, prendida en la flama de la veladora,
encendió fuego en medio de tres piedras y puso ahí la olla de barro con
residuos del café que le había servido de alimento en los últimos días. La
tortilla quemada y el pedazo de panela agregados al recipiente sirvieron para
darle más sabor y más color a la bebida. Mientras el taco de sal le espantaba
el hambre pensó que sólo le quedaban unas horas para hacer algo.
Las puertas del Registro Civil se abrieron. Entonces él abandonó
su lugar debajo del encino, se plantó frente al licenciado y sin saludar le
dijo:
-¡Quiero cambiarme de nombre! –y se
quedó mirando al empleado.
El profesionista abrió cajones: extrajo carpetas, papeles,
lápices; luego los puso sobre el escritorio; después se sentó.
-¿Cómo te llamas?
-Baudencio.
No hubo respuesta del funcionario, se limitó a observar la
marina del calendario que colgaba en la pared, enseguida, como si recordara
todos los nombres del almanaque, miró fijamente a Baudencio.
-Creo que tu nombre no está en el
santoral.
-Sí, señor, no está.
-Lo que me pides no es posible, no se puede cambiar de nombre
cuando uno quiera y, legalmente, no está permitido.
-Necesito cambiarme de nombre hoy, tengo que hacerlo, póngame
Carlos, Pedro, Timoteo, Juan o cualquier otro, pero por favor, ¡cámbieme de
nombre!
Al ver Baudencio que el licenciado le daba la espalda y se
ocupaba en otros asuntos, se retiró cabizbajo. Maldijo la fecha de su
nacimiento: veintinueve de febrero. Sobre todo maldijo el nombre, ése que
heredó de su padre; se lamentó de haber nacido primero que sus hermanos; ellos
tenían nombres bonitos: Rosa, Emiliano, Fernando. ¿Por qué tenía que cargar con
ese nombre? Y lo que era peor: esperar que el maleficio cayera sobre él. Así se
llamó su padre y también su abuelo, y ellos habían muerto el día que cumplieron
cuarenta años y también nacieron un veintinueve de febrero. Baudencio los
cumpliría al día siguiente. Sin embargo, concluyó que no todo estaba perdido:
hablaría con el padre Juan, el de la iglesia de San Andrés.
-¡Padre Juan, por favor, cámbieme de nombre!
Con las gafas descansando debajo de los ojos, el anciano trataba
de reconocerlo; dejó de limpiar una copia de San Antonio y se sentó junto a la
ventana.
-Hace mucho tiempo que no te veía
por aquí, Baudencio. ¿A qué se debe tu visita?
–pronunció el sacerdote, ignorando lo que había dicho el campesino al llegar.
-¡Quiero que me cambie de nombre, señor cura!
-Eso no es posible –contestó
el clérigo, con desdén.
-Si lo hace le juro ser devoto del
santo que usted quiera, y mis rodillas perderán la piel cada mes cuando recorra
hincado el atrio hasta llegar al altar. Me daré golpes en el pecho hasta
hacerme daño. Si usted quiere, padre, cada semana santa seré Cristo, no me
importará que los clavos atraviesen mis pies y manos colgado de la cruz, y que
las heridas del látigo sanen con el sudor de mi cuerpo, pero cámbieme de
nombre.
-Cuando te bauticé le dije a tu padre que no te pusiera
Baudencio, porque ese nombre no existe en el santoral, pero él me dijo que así
se había llamado su padre: por eso tuve que ponértelo.
-¡Bautíceme otra vez!
-¡Imposible!, aunque tu nombre no esté en el santoral, ya estás
bautizado y no se puede hacer de nuevo.
Baudencio anduvo por diferentes rumbos antes de regresar a su
choza. Acostado en el piso se quedó con los ojos fijos en el techo de paja. Por
la tarde su mirada cambió: un pedazo de petate le serviría para su propósito.
Con el cuchillo le fue dando forma: las orejas, los agujeros para los ojos, el
hocico; pintó varias rayas por encima de la boca, enseguida, con el mismo
carbón hizo manchas de diferentes tamaños sobre la máscara. Después, unos
trozos largos de cordel fueron pintarrajeados en igual forma.
Los grillos ya se habían posesionado de la madrugada cuando
Baudencio, acostado sobre el resto de la estera, permanecía en vigilia tapado
con un zarape. La puerta de carrizo cedió sin hacer ruido y el aire húmedo se
escurrió hasta ocupar toda la estancia, de inmediato el aire se transformó
junto al campesino.
-¿Eres Baudencio?
-No.
-¿Quién eres?
-Soy un tigre.
Detrás de la máscara los ojos, muy abiertos, estaban inquietos.
A un lado de la cobija salía la punta de la cola. La muerte destapó de un tirón
a Baudencio: la piel había sido cubierta por costras de lodo ocre y sobre ese
fondo estaban pintadas manchas negras, desiguales en forma y tamaño. El sexo,
también coloreado, reposaba sobre un muslo. La figura blanca se transformó en
aire y salió.
El sol no terminaba de aparecer, cuando Baudencio ya se
encontraba sumergido en el río tratando de quitarse el disfraz. Se frotaba el
cuerpo con la corteza de algún árbol, pero no conseguía ver su piel; la máscara
y la cola, fuertemente pegadas a él, tampoco se desprendieron. Regresó a su
casa sin atreverse a salir durante el resto del día.
El ayuno le producía estragos en el estómago. Esperó que los
rumores del pueblo se apagaran y las casas se oscurecieran para dejar su choza.
Se acercó cuidadosamente a uno de los patios de la orilla. Unos huevos de
gallina le harían bien, pensó. Las aves dormitaban en los troncos, cuando
vieron al tigre se alborotaron y los cacareos se escucharon en todo el
vecindario. ¡El nagual, el nagual!, se oyeron los gritos y de todas partes
salieron palos y machetes. El nagual saltó la cerca de piedrabola y alcanzó
la calle, minutos después se encontraba agazapado en una milpa, comiendo elotes
tiernos; al escuchar el ruiderío de la muchedumbre se dio cuenta que la luna
brillaba en toda su llenura y que era fácil seguir su rastro. La gente
enardecida no perdía su huella. Sin querer se fue por la derecha, hacia el huizachal: las
espinas rasgaron su piel terrosa . El hombretigre llegó a la falda del Cerro
Pelón y empezó el ascenso. Baudencio escuchaba el vocerío cada vez más cerca.
Cayó una vez pero el instinto hizo que se levantara. Cerca de la punta del
cerro, donde empiezan las peñas, alguien lanzó una piedra que fue a estrellarse
en la cabeza del campesino: el hombre cayó boca abajo pero luego se volteó.
-¡No me maten! –dijo con
voz lastimera.
-¡Es el compadre Baudencio! –exclamó
una señora, y el gritó reverberó entre la gente.
Una antorcha iluminó al caído.
-¡Sí, Baudencio es un nagual! –dijo
una voz que golpeó en el cerro.
-¡Si es un nagual, hay que
matarlo! –gritaron todos al mismo tiempo.
Palos, machetes y piedras cayeron sobre el hombreanimal. Las
maldiciones y los insultos también le hirieron. Cuando la multitud vio lo que
hizo se quedó estática, muda. Baudencio movió los ojos, quiso gritar, pero sólo
el silencio abundó en su boca. La máscara y la cola se desprendieron ante la
sorpresa del hombre, entonces reptó pasando entre las piernas de la gente; hincaba
las uñas en la tierra, se agarraba de las salientes y seguía el ascenso. Las
manchas negras de su cuerpo se unieron a la noche y los terrones que lo cubrían
se agregaron al polvo del terreno; después ya no tuvo dolor y se sintió otra
vez fuerte. Al llegar a la cima no se detuvo, siguió su camino, era sólo una
racha de viento.
Acerca de...
VÍCTOR
REJÓN (Xcalak, Quintana Roo, 1941) Residente en Oxaca (México) Es narrador, miembro fundador
del taller literario de la Biblioteca Pública Central de esta ciudad. Es autor
del libro de cuentos Itinerario
al Cielo y de la novela Sólo para varones;
asimismo de los libros colectivos de cuentos Oficio de Cantera, De amores marginales
y de las antologías Reverberaciones
y Cuentos de Brujas y Brujos. Ha sido
distinguido con los siguientes Premios Nacionales de Cuento: el Efraín Huerta 1991, el de la
Asociación de Escritores Oaxaqueños en el D.F. 1993,
el del DIF
1990; Segundo Lugar en el Certamen de la UNAM- Fundación
Panamericana
del SIDA, 1992; Mención Honorífica en el Criaturas de la
Noche Nº
3, 1999 y en el Carmen Báez, 2000.
Actualmente es miembro del Consejo Editorial de la Revista Literaria Cantera Verde,
en la ciudad de Oaxaca.
Es una inmensa satisfacción contar con el talento y
el prestigio de VÍCTOR REJÓN, brindándole la bienvenida a nuestras ediciones.
r Principal rLa Página de Carmen rEl Naufragio del Sol rAutores de El Naufragio del Sol rVenta de libros rLink de interés