CARMEN BELTRAMO

(Argentina)

 

VERICUETOS de ODIO

Había que mirar muy profundo en sus ojos para captar la real expresión que de ellos emanaba. Esos destellos incomprensibles al principio, casi dulces después, terminaban siendo aterradores.

Odio.

El sentimiento la desborda por completo. Inmanejable, la impulsa a hacer cosas despiadadas.

 Nadie podrá contra mí. Todo será mío. Así lo quiero, y así lo tendré. Cueste lo que cueste.

 Quienes la frecuentan, saben de sus altibajos emocionales. Alegría y tristeza se suceden, torbellino que confunde y preocupa. ¿Qué le pasará? Habla de la muerte. ¿Está enferma? ¿Será capaz de cometer una locura?

 Eso es justamente lo que busca: ocupar el centro de la atención. Ser la más capaz, la más inteligente, la más exitosa. Sobre todo eso. Exitosa.

 Lo lograré. Sé que no soy brillante. Pero no me preocupa, la gente no se da cuenta de nada.

Desprecia a todos por igual. A sus padres, por no haberle dado la belleza de su hermana, a su esposo, por no haberla hecho madre, a la vida, por ser tan injusta con ella. En noches de insomnio fantasmas lejanos la persiguen, avivando sus emociones más negras: Pobrecita, y su hermana tan linda. Nadie diría que lo son, tan diferentes. Ya que no es linda, al menos fuera más inteligente. No le será fácil vivir. En reuniones familiares, las mujeres, madre, abuelas, tías, observaban y evaluaban. Ella siempre salía perdiendo. Al lado de la otra –esa intrusa que vino a llevarse todo, todo lo que le pertenecía- ella era la menos.

Los caminos de la vida las llevaron de aquí para allá. Supieron de los embates de tiempos difíciles, y de la plenitud de días soleados

 Crecieron. Con ellas, sus virtudes y defectos. Un día, decidió dejar el hogar. Ahora es mi revancha. Ahora, recuperaré el tiempo perdido.

 Puso en marcha todas sus habilidades para conseguir un buen marido. Quería ser la mejor casada, y lo logró. Él era un dulce de ojos azules, perdidamente enamorado de ella. Le dio todo lo que soñó. Una vida de princesa.

Todo, menos un hijo.

Imprevista enfermedad borró de una vez para siempre su ilusión de maternidad. Carlitos era, apenas, alguien que incorporó a su vida, al que nunca logró sentir suyo. Alguien que vio crecer, con el mismo afilado brillo oscuro en la mirada. Alguien de quien, en sus más secretos rincones, se arrepintió muchas veces.

 La muerte la miró de cerca, la rondó durante varios años. Le susurró al oído que venía a buscarla, que le pertenecía.

Cuando ya todo indicaba que tenía las horas contadas, algún ángel guardián tuvo piedad y logró curar su cuerpo. Ángeles, seres de carne y hueso, que decidieron acompañarla y hacer todo lo posible. Que estuvieron a su lado, mitigando su dolor, dejándole parte de su vida para que ella pudiera seguir existiendo.

En su mente, todo quedó borroneado tras el manto de olvido que se empeñó en fabricar.

Olvidó todo: el dolor, la angustia, el amor recibido, el tiempo que sus seres queridos dedicaron a cuidarle la vida.

Ahora estoy curada, mi tiempo es distinto, debo aprovecharlo. No pudo esperar. Arremetió contra el mundo con el ímpetu de su fuerza de mujer sana. Esa fuerza, legado de amor de tanta gente que imploró por su vida. Uno a uno los vio caer ante ella, destruidos por quién sabe qué fantasmas interiores. Y sobre las llagas abiertas, esta nueva contrincante. Tan sincera, tan directa. Tan fuente inagotable de ideas. Y tan esquiva.

 No. No se saldrá con la suya.

 Me atrae. ¿Será que...? Pero no, no me atrae, la odio. En realidad, la admiro. La odio, la admito, la quiero destruir. ¿Qué me pasa? Estoy confundida, sí, sí, debo vencer mi ansiedad.

Observaba sus pasos, la miraba actuar. Prolija, cuidadosamente, intentaba imitarla, acercársele. Sin resultado. Y esa sencillez, ese dejar pasar tantos méritos sin inmutarse. ¿Cómo entablar una amistad más profunda? Salvo las breves, entrecortadas frases casuales, nada. Insuficiente para sus fines. Algo hay que hacer.

Mío. El mundo y todo lo que en él existe me pertenece. Todo es mío. Mientras viva, todos deben servirme.

Abandonó uno a uno a los seres que la amaban. Poco le importó el dolor causado, ni las palabras y miradas buscadoras de amor. Centró sus energías en el odio, ese antiguo, indestructible compañero. Se quedó sola. Inventó un mundo ficticio, algo así como otro yo para su vida saludable. Se miró al espejo y se vio linda como nunca. Se sintió triunfadora y quiso que todos la admiraran. Cambió de casa, de muebles, de peinado, de ropa, de pareja. Ocupó todos los lugares, se adueñó de todas las ideas. Buscó desesperadamente estar con gente que sirviera a sus fines.

Así logró, en poco tiempo, rodearse de un cierto halo de fama y renombre que no la satisfacía. Algo es algo, intentaba convencerse. Total, la gente no se da cuenta de nada.

Creyó haber logrado la felicidad. Sobre todo, porque su hermana seguía anónima, soltera... y con un hijo de sus propias entrañas.

Cada vez que pensaba en eso, una nube roja le enturbiaba la mirada y salía a buscar algo más, algo más para llenar ese hueco. Luchó con todas sus fuerzas contra todo lo que –sentía- amenazaba sus proyectos.

 Hacer, hacer, tengo que hacer cosas. Tengo que hacer. ¿Qué más puedo hacer?

Sus ocupados días pasaban velozmente. Casi no alcanzaba a tomar conciencia de ellos.

Sólo por las noches, completamente a solas, cuando se acercaba al espejo para mirarse por última vez antes de intentar dormir, se encontraba con ese rostro. Ese rostro cuyos ojos la miraban con un brillo aterrador, cuya expresión la obligaba a torcer la mirada.

 

Cómo la odio, cómo la odio. No sé qué haría para deshacerme de ella.

Reiteradamente premiada en numerosos concursos nacionales e internacionales, CARMEN BELTRAMO (Rafaela-Santa Fe) integra varias antologías con sus obras premiadas en Narrativa Breve y Poesía, habiendo sido publicados varios de sus trabajos en Alaluz, medio que edita Ana Fagundo en Estados Unidos. Y ahora, es un placer incluir su Poesía en nuestra edición.