iris arbona torres

¿Y TU AGÜELA ADÓNDE ESTÁ?

(a don Fortunato Vizcarrondo)

pintura de IRIS ARBONA TORRES

Doña Sara iba todas las mañanas a la Mallorca por un café negro, una rápida lectura del periódico hasta encontrar la sección de "La palabra diaria" y después a su trabajo. Esta vez estaba de vacaciones. Nadie se metía con ella. Leía el periódico a sus anchas y oía todos los comentarios. Por supuesto, tenía un oído adiestrado. Tantos años de haber sido maestra, de atender mil cosas a la vez y saber quién decía qué, es algo natural para quien tiene vocación de atender seres humanos. El tema de que se hablaba le llamó la atención.

Don Víctor, el dueño del negocio, era negro y poco instruido, pero sí trabajador. Eso ella lo sabía de sobra, pues sabía donde se metía, aunque fuera por un café.

Al pobre don Víctor le habían dicho en el Banco que volviera más tarde, cuando hubiese un oficial que pudiese leer su estado financiero. Lo habían despedido con una tarjetita de presentación para que los llamase más tarde. Pero, ¿no habían sido los del Banco quienes le habían dado la cita?

Ya el pobre don Víctor le había pagado a su Contable y, encima de eso, a uno que era Contador Autorizado

para que le llenaran los documentos que le pidió el Banco para él poder ampliar la panadería. Había tenido que conseguir a su hermana, que dejara en la casa para que se la atendiera y él hacer esas diligencias ese día.

Doña Sara -sola, aunque guapa, solterona- le habló:

-Mire, vuelva allá, a usted le dieron cita y no es su problema que ellos no tengan a la persona allí. Con los adelantos de hoy en día, esos documentos se los faxean a otra sucursal donde sí esté un oficial que sepa su oficio y que lo atienda. Los Bancos, se supone que sean empresas de servicio.

Don Víctor se animó y se fue; al rato regresó peor. Su rostro, a luces, era de derrota.

-¿Y ahora qué pasó, don Víctor? -le preguntó doña Sara.

-Pues -le respondió -que el señor me preguntó si era casado y le dije: convivo- así que mandó a que llevara mi novia para allá.

A doña Sara, le estuvo extraño, pero le preguntó si necesitaba los chavos ese día. Él le dijo que sí y ella se ofreció para acompañarlo.

El oficial había salido y una señora los atendió. El cheque estaba listo y sin doña Sara abrir la boca, toda la transacción se llevó a cabo. Ni le preguntaron por qué estaba allí. Entonces, llegó el otro oficial y doña Sara le dijo a la señora:

-¿Ustedes acostumbran a discriminar?

Doña Sara le indicó a la señora el mal rato que don Víctor lleva pasando, que si era porque él no era instruido como ellos o por ser negro. La señora cuestionó al oficial por qué había detenido la transacción, a lo que el oficial dijo que porque la esposa tenía que venir a firmar.

Don Víctor le replicó que, en ningún momento le había indicado que fuese casado, que cualquiera podía tener novia. Sus documentos los llenó como lo que era: soltero. La señora le dio el cheque a don Víctor  dándole una mirada de enojo al oficial. Saliendo del Banco, don Víctor recordó que ese mismo día tenía que pagar unos suplidores en efectivo y regresaron a cambiar el cheque. Después de hacer fila, le dijeron que tenía que estar autorizado por un oficial. Doña Sara se encaminó directo al susodicho oficial y le dijo:

-Mire, no nos haga perder más tiempo, no vamos a sentarnos aquí a esperar que nos atienda. Firme el dichoso cheque.

El oficial se echó hacia atrás con parsimonia en su butaca, para sacar de su saco un bolígrafo. Al verlo en tal actitud, a doña Sara se le ocurrió cantar y tu agüela adónde está. Al oficial, aún sentado, se le escapó el bolígrafo

de entre los dedos directo al piso por entre el escritorio y su cuerpo. Ni se molestó en doblarse a recogerlo.

Agarró otro con prisa del escritorio y firmó. Don Víctor, que era dominicano, no entendió el alcance de la frase de la abuela, por doña Sara.

Una vez terminada la transacción, salieron a la calle, a su lucha diaria.

 

*frase del poema por Don Fortunato Vizcarrondo.

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